Al margen de las controversias sobre lo que supuso en América la llegada de los españoles, me hace mucha ilusión la conmemoración de los 500 años de la fundación de Santa Marta, el punto de partida de la colonización en el territorio que hoy es Colombia.
María Claudia Lacouture
Aunque los españoles rondaron las costas y exploraron algunos territorios desde 1499, no fue sino hasta 1525 cuando comenzaron un proceso de asentamiento firme. Rodrigo de Bastidas llegó el 29 de julio de 1525, el día de Santa Marta, la patrona de Sevilla, en tres buques, acompañado de parejas casadas con la intención de dejar descendencia e igualmente una cantidad considerable de vacas, cerdos, equinos y perros, bichos muy raros para los nuestros y que hicieron aquí su propio proceso de colonización.
En ese momento la zona era habitada por las etnias indígenas kogui, arahuacos, chimila y malebúes, con quienes Bastidas intentó buenas relaciones, un gesto que le costó la animadversión de algunos de sus amigos compatriotas y le obligó a regresar a Santo Domingo herido de muerte. A partir de ahí la suerte de los nativos quedó marcada.
Recuerdo muy poco de lo que me enseñaron en el colegio, pero desde que comenzaron los anuncios relacionados con los 500 años y se anunció la Ley 1617 de 2013 para impulsar mecanismos de desarrollo con vistas a las conmemoraciones, empecé a interesarme especialmente por conocer la historia de la ciudad que me vio nacer, crecer y estimular la esencia de lo que soy, explicar por qué somos así, cómo llegamos aquí, qué significa ser un samario, quiénes fueron nuestros antepasados, cómo vivieron nuestros ancestros, su cultura, sus costumbres, la música, la gastronomía, el mestizaje, la economía, descubrir ese universo ilimitado y continuo de sucesos y circunstancias que nos hacen ser y estar como somos y estamos.
A medida que voy escuchando historias, recreando el pasado en mi imaginación, intento entender la realidad de hoy contrastada con lo que pasó en los últimos siglos; me intereso cada vez más por lo que pasó con los que llegaron, con los que estaban, con los que fueron arribando después, como los esclavos, como los expatriados, cómo se fue tejiendo una cultura, formando un mestizaje, creándose riqueza y pobreza, con aciertos y desaciertos. Basta ver el río Manzanares de hoy para resumir los desaciertos de la historia.
Tal vez por ahí deberíamos comenzar las celebraciones, corrigiendo los errores que hemos cometido durante los siglos y aunque ese es el propósito natural de todos los samarios, desde los políticos hasta los académicos, tendremos que derrotar primero al fantasma del desencuentro y del egoísmo que nos invade para emprender grandes desafíos, para evitar que los desacuerdos nos conviertan en enemigos como sucedió con aquellos que apuñalaron a Bastidas por intentar la buena acción de convivir bien con los nativos.
Luego de la muerte de Bastidas las poblaciones indígenas fueron arrasadas y la ciudad incendiada 20 veces durante los siguientes 150 años, soportó el ataque de franceses, ingleses y holandeses, protagonizó insurrecciones, sufrió tragedias y no ha estado ajena a las guerras recientes de la política, de la guerrilla, del narcotráfico o la delincuencia común que se nutren del desequilibrio de oportunidades que permitimos prosperar durante tanto tiempo.
Faltan menos de 500 días para los 500 años, y este recorrido hasta su celebración debe ser un tiempo para analizar nuestra historia, para proponer un cambio en la ciudad fundadora del destino colombiano.
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