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Opinión

María Claudia Lacouture: Buenos vientos con un timonel a la deriva

María Claudia Lacouture puntualiza que el crecimiento del turismo en Colombia también es fruto de dinámicas propias, no solo de políticas gubernamentales. Falta planificación y coherencia en la propuesta de desarrollo sostenible del Gobierno Nacional.

El Gobierno Nacional colombiano celebra con entusiasmo los resultados del turismo como un logro de su política, pero eso no es del todo cierto. El turismo crece por una dinámica propia, por la resiliencia y compromiso empresarial y una inercia que viene de tiempo atrás que ha logrado poner a Colombia en el mapa. No es un asunto de hoy. Antes tuvimos que sobreponernos a severos conflictos armados y después mostrarle al mundo que Colombia volvió a ser un país seguro y viable (ahora comenzamos a sufrir una involución severa que podría afectar seriamente al turismo).

Tampoco es del todo cierto que el Gobierno haya centrado su interés y prioridad en el turismo, crecemos sí, pero a pesar de las falencias: seguimos con los mismos retos estructurales, inseguridad, infraestructura deficiente, escasa capacitación, informalidad galopante y poca sofisticación. Tampoco las comunidades cuentan con recursos para aprovechar plenamente su potencial y la digitalización sigue siendo limitada, lo que reduce la competitividad frente a otros destinos internacionales.

En teoría, existe un Plan Sectorial de Turismo y un compromiso gubernamental de hacer del turismo el "nuevo petróleo". En la práctica, la industria enfrenta obstáculos crecientes y el riesgo de perder su capacidad de fortalecer la economía. Mientras las exportaciones tradicionales caen de acuerdo a las estadísticas del DANE −con una reducción del 1,8% en noviembre, impulsada por la baja en ventas de petróleo (-9,6%), carbón (-9,3%) y ferroníquel (-27,2%)−, se pretende posicionar al turismo como reemplazo sin una estrategia estructurada que lo haga sostenible.

En la feria de Anato, el presidente Petro afirmó que el turismo ya supera al carbón y que la extracción minera no genera empleo. Sin embargo, luego se contradijo al señalar que la industria carbonífera emplea a 150.000 personas, mientras que el turismo involucra a 115.000 unidades productivas. Comparaciones imprecisas como esta distorsionan el debate y no conducen a políticas efectivas.

El reto no es que el turismo reemplace a la minería por el colapso de esta, sino que su crecimiento sea tan sólido que supere a otros sectores mientras todos avanzan. Un país que busca estabilidad y desarrollo no puede darse el lujo de debilitar industrias estratégicas sin una transición bien planificada.

El turismo tiene el potencial de transformar el tejido social y territorial: impulsa más de 30 sectores, fomenta el empleo, fortalece la identidad cultural y promueve la sostenibilidad, la equidad y la inclusión. Pero para que sea un verdadero motor de progreso, necesita más que discursos: requiere planificación, financiamiento, innovación y una política pública que articule esfuerzos con el sector privado.

Presentar el crecimiento turístico con comparaciones irreales es irresponsable. Debilitar sectores que generan riqueza va en contra del desarrollo del país. Una política coherente debe centrarse en la sostenibilidad, en fortalecer todas las industrias y en construir sinergias, no en desmontarlas.

El turismo tiene viento a favor, pero sigue sin timonel. Y navegar sin rumbo nunca ha sido una estrategia de éxito.

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