El deterioro de la seguridad y el ambiente pesado en las calles de Cartagena, que inevitablemente registran los medios, comienza a afectar la percepción nacional e internacional de la ciudad. Los hoteleros reciben cancelaciones para fin de año, en la medida en que las redes registran anécdotas desagradables. La propia Procuraduría General de la Nación activó las alarmas para que las autoridades locales tomen cartas en el asunto.
El periódico El Universal se ha hecho eco de varios sucesos y de la desazón que embarga a los cartageneros. Publicó en Instagram la historia de una escritora chilena que visito Cartagena con su familia y otros amigos y que fueron víctimas de acoso e insinuaciones en pleno centro histórico. El relato de la turista es apenas la punta del iceberg de una situación compleja y preocupante.
Los empresarios de Cartagena afirman que hacía mucho tiempo que no se veía una situación tan desmejorada en el ambiente del turismo ni se percibía una apatía en todos los niveles, desde la evidente congestión de trabajadoras sexuales, vendedores callejeros y mendigos, hasta los robos y atracos en la zona amurallada y todas sus zonas aledañas.
Si las quejas contra Cartagena continúan, todo el turismo de Colombia se verá afectado. Un agente de turismo comentaba que el aparente relajamiento en cuanto a los controles parece efecto de la pandemia, que los turistas que están llegando son de poco gasto y mucho ruido, en parte porque la industria ha tenido que bajar precios y estándares mientras espera por su recuperación.
A las diez de la noche el ambiente comienza a ponerse pesado con gente recorriendo las calles bebiendo o ya en estado de embriaguez, y al parecer también se ha disparado el microtráfico.
Cartagena y su industria turística han trabajado por años por ser un destino de talla internacional, están tratando de superar la crisis por las cuarentenas y restricciones y todo se puede ir por la borda por la ausencia de control.
Se tienen que redoblar esfuerzos para combatir la inseguridad ciudadana, que no se quede simplemente en consejos de seguridad, si no que las decisiones se tomen, se ejecuten y se cumplan para devolverle la tranquilidad a la ciudadanía. Trabajemos todos en conjunto, alcaldía, empresarios, sociedad civil, que haya coordinación y articulación interinstitucional, con planes de convivencia y seguridad, y comprometerse a metas concretas.
Ya tenemos claro que sin un turismo organizado, seguro y sostenible Cartagena pierde esplendor y aleja la oportunidad de consolidarse como un destino de muy alto nivel, donde se pasean grandes personalidades, gente de negocios, participantes de encuentros internacionales y turistas con buen poder adquisitivo.
La mala fama, por el contrario, ya la está posicionando como un destino de borrachera, drogas y prostitución. Estamos a tiempo de salvar nuestra mayor joya turística y para ello será indispensable una alianza público-privada y un proyecto ambicioso de mucho alcance y de largo plazo.
Es el momento de ponerle dientes a la institucionalidad turística, tener una entidad robusta, con herramientas para generar desarrollo y con capacidad y disposición para sancionar y hacer cumplir las normas y regulaciones. Es importante que no se baje la guardia y se refuerce la tarea de la Corporación de Turismo.
Si no se atajan pronto los desmanes en la ciudad, no tendremos ni inversionistas, ni buenos turistas, ni crecimiento, ni empleo.
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