-En 2016 usted lideró una serie de foros de "Turismo, paz y desarrollo" en departamentos del sur del país. ¿En qué consistió esta iniciativa y qué balance hace?
-El proyecto de los foros de Turismo, paz y desarrollo son el resultado de una metodología que empezamos a plantear hace ocho años en Colombia con la Corporación Turismo, Paz y Desarrollo y la Federación de Ecoparques, Ecoturismo y Turismo de Naturaleza (Fedec) con la mirada puesta en el futuro, en donde vimos la necesidad de fortalecer el turismo en algunas regiones del país como un instrumento valioso para la paz. Parte de esa dinámica la establecimos el año pasado con la realización de unos foros y visitas de campo a los territorios más visibles del conflicto armado, con el propósito de generar, primero, una estructura asociativa en esas regiones, y a partir de allí desarrollar unas acciones para hacer real el concepto del turismo como instrumento para la paz. Por eso hicimos una alianza con Satena, una aerolínea que desde sus orígenes ha estado vinculada con el desarrollo de territorios circunscritos al sur del país y la costa Pacífica. Satena es la aerolínea de la paz, como ellos mismos la denominan; gracias a sus operaciones, los habitantes de territorios alejados han tenido la oportunidad de conectarse con el interior del país, y los turistas la posibilidad de visitar estos lugares. Gracias a esta alianza realizamos ocho foros en los departamentos de Putumayo, Vaupés, Meta, Guaviare y Nariño Caquetá con el apoyo de las gobernaciones y oficinas de turismo, en donde les planteamos a los pobladores locales la metodología de Turismo, paz y desarrollo y además de contarles los resultados exitosos que ya habíamos obtenido en otros lugares del país, como el caso de Caño Cristales, que es un modelo ejemplar y de alto impacto. En un espacio de trabajo e intercambio de aproximadamente cinco horas establecimos el diagnóstico del territorio y sus posibilidades de desarrollo y construcción de tejido social alrededor del turismo. Esto implica necesariamente hablar de producto, cómo definirlo y mejorarlo, y la necesidad de su comercialización efectiva. Y lo más importante, la conciencia de los habitantes para que se empoderaran de sus territorios y fortalezcan su cultura auténtica, porque eso es lo que al final le va a dar sostenibilidad al proceso de paz independiente del aspecto de desarrollo económico que se plantee. Si no hay un empoderamiento de los habitantes del territorio alrededor del turismo y sus procesos productivos agropecuarios, por ejemplo, no va a haber paz. Estos foros terminaron en noviembre en Caquetá y realmente el balance fue muy positivo. La primera conclusión que establecimos con Juan Carlos Gutiérrez, gerente comercial de Satena, es que para este año entraremos en una etapa de comercialización de esos destinos, que son destinos del posconflicto. La clave está en la promoción; se necesita promoción y más promoción porque es la única forma de contrarrestar la estigmatización que sufren muchos de estos destinos. Por supuesto, en varias de esas regiones establecimos alianzas y convenios para hacer procesos de diseño de producto, planeación de desarrollo turístico e inventarios turísticos.
“Se necesita un Conpes para turismo y paz”
Con más de 20 años de trayectoria en el sector, Javier Gómez, presidente de la Federación de Ecoparques, Ecoturismo y Turismo de Naturaleza (Fedec), es uno de los líderes más comprometidos con el desarrollo de la actividad turística en regiones afectadas por el conflicto armado. Pionero del turismo de aventura en Santander y Cundinamarca, en esta entrevista Gómez nos explicó su visión del turismo y la paz en tiempos de posconflicto, los proyectos en ciernes y las posibilidades y dificultades para obtener recursos económicos.
-El año pasado se realizó una "Rueda de negocios de la reconciliación". ¿Qué papel tuvo el turismo en esta iniciativa?
-En efecto, otro de los trabajos en que participamos este año con la Corporación Turismo, Paz y Desarrollo fue la Macrorrueda para la Reconciliación, que se realizó en Cali el 29 y 30 de noviembre y el 1º de diciembre. Esta fue una iniciativa de la organización multisectorial Reconciliación Colombia, una entidad sin ánimo de lucro que se creó hace seis años para trabajar en pro de la reconciliación, en términos generales, y de la cual nosotros hacemos parte. Reconciliación Colombia genera una estrategia con recursos de cooperación internacional y una serie de asociados, lo que permitió la realización de la primera macrorrueda de reconciliación en donde participaron alrededor de 350 proyectos en zonas de posconflicto y un número igual o mayor de participantes vinculados a entidades de cooperación internacional y sector público que querían conocer esos proyectos para efectos de adjudicarles recursos. En este primer ejercicio estuvimos presentes con proyectos de desarrollo turístico en Caquetá, Meta y Vaupés con un balance muy positivo; tuvimos muchísimos intercambios, reuniones muy importantes con la Unión Europea, la Embajada de Suiza, Inglaterra y cooperantes nacionales que están muy interesados en alianzas público-privadas. Es un ejercicio trascendente para la construcción del posconflicto; vimos que se presentaron proyectos de todo el país relacionados con agroturismo como el cacao, esencias naturales, jabones naturales, artesanías, cine, comunicaciones y alrededor de la construcción de la memoria histórica.
-Finalmente el acuerdo de paz con las FARC salió adelante. ¿Cómo considera que este hecho histórico puede ayudar a la industria turística?
-Para el turismo es fundamental. Así lo han dicho expertos internacionales y así lo hemos venido sosteniendo desde hace 10 años: el turismo es un instrumento fundamental, no el único, para la transformación de los territorios en el posconflicto. El turismo tiene una bendición y es que trae consigo un intercambio cultural de experiencias único: una persona que viaja por primera vez a una región y se encuentra con sus habitantes, personas que no conoce y que empiezan a contarle sobre sus costumbres y su vida antes, durante y después de la guerra; un intercambio de saberes libre, espontáneo, sin intermediación, inmediato, que se da mientras se camina un sendero o se viaja en una canoa y que únicamente lo da el turismo y nos permite a nosotros, los turistas, conocer la realidad de la situación y la posibilidad de comprometernos con esos cambios hacia el futuro. En segundo lugar, la paz y la tranquilidad que deben de traer los acuerdos que se están ejecutando. Las personas pueden ir a cualquier territorio sin temor a que los secuestren, extorsionen o lesionen en su integridad física. Se abre así la posibilidad de conocer una Colombia que pocos colombianos conocen y que abarca tres cuartas partes de la geografía del país. Es una región alarmantemente grande; un territorio de fauna y flora desconocida que solo hemos visto en libros especializados; de culturas que no nos imaginamos; de expresiones gastronómicas de las que no tenemos idea y que son exquisitas y agradables. Eso para el negocio del turismo es fantástico, porque son nuevas opciones de desarrollo de producto que no teníamos y por eso Colombia se volverá una potencia competitiva para el mundo, porque casi en todo el mundo lo que hay que mostrar ya está mostrado y está desarrollado. Colombia va a ofrecer tres cuartas partes de su territorio que deben ser bien planeadas y desarrolladas, vinculando a las comunidades para que se beneficien económicamente.
-Usted también lideró la inclusión de los pilotos de Turismo y Paz en la política turística del Gobierno. ¿En qué van esos pilotos?
-En 2014 se realizó en Bogotá un foro de la OMT con el apoyo de los gremios del turismo, en donde por primera vez presentamos cuatro pilotos de turismo y paz, a saber, La Macarena, Ciudad Perdida, Urabá-Darién y Putumayo. En ese tema yo he sido muy franco. Nosotros hacemos parte del Comité de Turismo, Paz y Convivencia en representación del sector privado y hemos venido mirando y analizando los resultados de la gestión del Comité, que integra los cuatro pilotos, y pensamos que las acciones deben ser más de fondo, contundentes y agresivas. El tema va muy lento; se han hecho muchos diagnósticos y creo que es preciso poner en marcha acciones más prácticas. Hay que ir a los territorios, estar con los habitantes, diagnosticar las posibilidades de desarrollo turístico, ejecutar acciones para el saneamiento adecuado del turismo y mirar cuál es el producto novedoso que se puede desarrollar para generar la dinámica del turismo propiamente dicho. Por otro lado, a lo que aspirábamos con la conformación del Comité era a la consecución de unos recursos económicos importantes para el desarrollo de los territorios, principalmente para infraestructura turística, pero no ha ocurrido así. El turismo en estos territorios se ha desarrollado solo, sin los recursos del Estado. En algunos casos como La Macarena, solo hasta ahora, después de 10 años, se está teniendo la atención de los entes públicos, aunque es uno de los destinos más publicitados por el Viceministerio de Turismo y ProColombia. Solo hasta ahora se le está adjudicando un presupuesto de alrededor $ 3.000 millones para la ejecución de un proyecto de mejoramiento de senderos y puentes en Caño Cristales. Pero en La Macarena pudo arrojar el año pasado de 13 mil a 15 mil turistas con una derrama económica que supera los $ 8.000 millones y 600 empleos directos. Son situaciones que permiten pensar que algo debe mejorarse y tener realmente una política integral de apoyo económico con base en un planeamiento adecuado. Pensamos que para el año entrante se debe pensar seriamente en un Conpes (Consejo Nacional de Política Económica y Social) para turismo y paz como lo hemos venido planteando hace cinco años, que integre recursos del Gobierno y de cooperación internacional. Es necesario porque los pilotos Putumayo, Ciudad Perdida (Teyuna) en la Sierra Nevada de Santa Marta y Darién tienen proyectos ya diseñados y listos para ejecutar. El sendero Teyuna, por ejemplo, es un sendero inclemente que en invierno se llena de barro y puede generar accidentes porque no existen las barandas para los puentes de paso. Es un proyecto que está diseñado hace cuatro años pero no se ha ejecutado.
-¿Cuáles son las posibilidades de obtener recursos de cooperación internacional para el turismo?
-Es una posibilidad muy interesante y a eso le hemos dedicado todo el esfuerzo. En este momento estamos haciendo un gran esfuerzo para encontrar los interlocutores adecuados en los organismos de cooperación internacional y preparando proyectos que les causen motivación y encanto. Son proyectos que van de la mano con las comunidades y construidos en el territorio. Además de Reconciliación Colombia, estamos trabajando con la oficina de reinserción de desmovilizados en proyectos piloto alrededor del turismo en Caquetá y Putumayo, para que los desmovilizados sean microempresarios, no solamente guías o informadores. Estos son proyectos que normalmente se demoran seis años, pero hay unos exprés con unas características especiales de capacitación acelerada en torno al caucho. En el de Caquetá hay prediseñada una ruta turística de la quinua y el caucho que compromete a seis municipios, desde Florencia hasta El Doncello; son zonas que tuvieron una presencia muy violenta del conflicto, en donde las FARC fueron muy fuertes y en donde hoy se está cultivando caucho. Éste sería un proyecto de agroturismo fantástico que supera por lejos al café y tiene que ver con la historia del mundo, del país, con la Casa Arana y la guerra con Perú. Hoy en día la gente no tiene ni idea de dónde sale el caucho.
-Muchos no saben pero usted fue precursor del turismo de aventura en Colombia. Cuéntenos cómo fue este proceso...
-El turismo de aventura surge en San Gil en 1994 a raíz de la apertura de la carretera del Magdalena Medio que conducía a la Costa Atlántica y que brindó la posibilidad de que el municipio fuera no solo un lugar de paso de viajeros sino un destino en sí mismo. En ese entonces empresarios de turismo, hoteleros, cooperativas y otras entidades empezamos a juntar esfuerzos para desarrollar un producto que fuera novedoso alrededor del río Fonce y el parque El Gallineral, y lo encontramos en el modelo de rafting de Costa Rica. El punto de partida fue la asesoría de la empresa costarricense Ríos Tropicales, en un proceso que en ese entonces se hizo con todos los niveles de competitividad y formalidad. Con esta empresa, que aún hoy es una de las más importantes de Costa Rica, se empezó el proceso de capacitación que tuvo su capítulo más importante en 1997 cuando se tiraron los primeros botes al río Fonce. En esa época no había hoteles siquiera, pero a raíz del impacto de la actividad, de ver botes bajando por el río Fonce y unas personas subidas jugando como niños con chalecos, cascos y remos, se generó la magia del turismo de aventura y un desarrollo económico que hoy implica 200 mil turistas al año, 120 hoteles y una derrama económica sin precedentes. Posteriormente, tras el éxito del emprendimiento nos dimos cuenta de que la mayoría del público que iba a San Gil procedía de Bogotá y nos pusimos en la tarea de encontrar un destino más cercano a la capital. Lo encontramos en el río Negro en el corregimiento de Tobia del municipio de Nimaima, a una hora de Bogotá. Con unos guías santanderanos comenzamos a capacitar a los pobladores locales en una zona que en ese entonces tenía una fuerte presencia de la guerrilla, uno de los niveles del Sisben más bajos de Cundinamarca y escasas posibilidades de desarrollo económico. Al comienzo los pobladores miraban con mucha curiosidad la actividad; 16 años después el turismo de aventura se les fue metiendo en el alma. Hoy existen alrededor de 40 empresas y todas son de pobladores de Tobia, lo cual es muy importante. Hoy me sorprendo con la cantidad de empresas operadoras de turismo de aventura en Cundinamarca; después de 21 años en el turismo yo voy a Tobia-Nimaima, veo ese fenómeno y se me alegra el corazón.
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