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Jordi Busquets
Opinión

EL BREXIT. ¡No!, es la gente, estúpido

En esta columna Jordi Busquets analiza las implicancias económicas, políticas y culturales que podría conllevar la salida del Reino Unido de la Unión Europea en sus diversos escenarios.

Luego de tres años de idas y vueltas, de analizar todo tipo de especulaciones políticas, económicas y sociales, podría expresarse que el actual humor de los británicos respecto del Brexit se sintetiza en esta fotografía: desesperación, furia e incertidumbre.

A tres años de aquel 20 de febrero de 2016 se han vivido con intensidad disputas, controversias y frustraciones, que -en su mayoría- siguen colocando de manera prioritaria la defensa de posiciones individuales de un lado y del otro. En un segundo plano queda la búsqueda de soluciones pensadas para aquellas personas postergadas por los objetivos prometidos y no alcanzados, así como se relega el pensar cómo se repara la situación de las personas comunes, es decir, la de ingleses que viven en Europa y la de europeos que viven en Gran Bretaña.

DECEPCIÓN Y FURIA.

Apelando a la memoria cultural de aquellos días de los inicios de la Comunidad Europea podríamos decir: “Crónica de una muerte anunciada”. Desde el inicio Europa aceptó, entre otros aspectos, que un socio no se sumara a la moneda única. En 2016 un grupo de dirigentes instaló un Brexit de complejo cumplimiento. Casi una burla para aquellos postergados por los efectos no deseados de la globalización, que arengaban cantos de liberación y la independencia de Europa. Hoy de esa música queda muy poco, pues quienes apoyaron la salida se sienten totalmente burlados y quienes respaldaron la permanencia están al rojo vivo, ya que ven llegar una catástrofe que nadie pareciera querer y/o poder contener.

Paralelamente, las idas y vueltas del Brexit han despertado el debate acerca de la independencia de Escocia y la frontera de Irlanda, poniendo en peligro el futuro del norte de la isla.

A los conservadores fundamentalistas parece preocuparles poco la gravedad de la situación. Es decir, todo indica que preferirían sacrificar la unidad nacional en Escocia e Irlanda del Norte antes que renunciar al Brexit.

Mientras, el Gobierno invierte sumas importantes en la realización de encuestas destinadas a explorar la reacción acerca de “una salida desordenada”. Paralelamente, el Banco de Inglaterra no cesa de alertar que ese escenario, sin la contemplación de un período de transición para proteger el comercio, puede llegar a desencadenar una situación más crítica que la vivida en 2008.

LUCES DE ADVERTENCIA.

Hoy la economía ya es un 2% más pequeña de lo que hubiera acontecido en caso de haber reafirmado su permanencia en la Unión Europea. La libra continúa depreciándose respecto del dólar. Los sindicatos, las corporaciones, la sanidad pública, etc…, no han dejado de advertir con posiciones sesgadas los riesgos que se avecinan. Airbus ha comunicado -en una suerte de amenaza- que dejará de fabricar los componentes de la marca en el Reino Unido. La producción automotriz ha decaído de manera drástica. El sector del acero presenta niveles considerables de disminución. La naviera P&O, que atraviesa el canal de la Mancha, pasará a registrar su flota en Chipre u otro mercado. Sony ya ha anunciado el cierre de su sede para marcharse a alguna capital europea. Y el gran core de los negocios: “Londres, uno de los centros financieros más importantes del mundo” se iría al garete; los bancos han iniciado su traslado en protección de los activos de sus accionistas.

Iberia -hoy activo de un fondo de inversión- tendrá dificultades para volar al resto de Europa si el desmadre se produjese mañana sin transición alguna. La posible disminución del flujo turístico de ingleses a España sería de como minino un 18%, siendo un mercado que genera casi el 25% del total de los arribos internacionales a la península.

LA SOCIEDAD EN REMOJO.

Han pasado tres años y se advierte una puja de intereses personales de supuestos líderes. No quieren comprender que es hora de repensar el agotamiento de un modelo que ha dejado de construir sociedades. Como expresa Christophe Guilly: “La gran ola populista no es más que la parte visible de un soft power ejercido por las clases populares, que obligará al mundo de los arriba a unirse al de la sociedad real o bien a desaparecer”.

El conflicto entre los de arriba y los más desfavorecidos puede estallar si los líderes toman estos escenarios como una oportunidad para llegar y mantenerse en el poder y solo revindicar retóricamente las demandas de los de abajo. Las medidas estructurales que reclaman los ingleses para irse de Europa no son muy distantes de la de los franceses de la periferia. En ambos el populismo y la demagogia está entronizada en los líderes y no en la gente que ha visto cercenada su calidad de vida y algo que puede ser más drástico: la ausencia de un futuro digno de ser vivido. Como expresa Guilly, ante todo este modelo los condena a la postergación cultural.

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